De comunidad de mercaderes a unión de ciudadanos

, de Aida Dos Santos

De comunidad de mercaderes a unión de ciudadanos

No debemos perder de vista el sentido económico que inspiró, desde los inicios, la unión de los Estados de nuestro continente. Desde el Benelux y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, firmado en París el 18 de abril de 1951, vemos claramente en ellos, que no hay más afán que el de aprovechar las economías a escala y disfrutar de un comercio con aranceles menos restrictivos. Puro interés economicista y mercantil.

Desde los cincuenta, cuando los derechos eran dispersos, y como vemos, vinculados claramente a factores e intereses económicos, y hasta los años setenta, no se empieza a utilizar el término ciudadanía frente al término nacional, y se pone sobre la mesa proyectos como el del pasaporte único europeo (Andreotti 1972), lo más importante, es la preocupación por la búsqueda del acercamiento entre Europa y sus ciudadanos, una empresa que hoy sigue sin alcanzar su objetivo, ya que la población desconoce las Instituciones, los Órganos, las funciones… y esto se refleja en la escasa participación de los votantes en las elecciones Europeas. En los años ochenta empieza a dibujarse una Europa sin fronteras, que se consolidará a partir de los noventa, y claramente en los primeros años del siglo XXI, con tratados tan importantes como el de Maastricht (1992), en el que aparece el concepto de ciudadanía europea; y el acuerdo de Schengen, que aunque se firmó en 1985 no entró en vigor hasta el 1995 y actualmente siguen en lista de espera países para adherirse al espacio sin controles fronterizos.

La adquisición de derechos – dividámoslos en tres bloques fundamentales, políticos y sociales, se han ido adquiriendo Tratado a Tratado, siempre a merced de los resultados económicos, como veremos más adelante.

Al modo de ver de Francisco Javier de Santos,

todo intento de reforzar el significado de esa “ciudadanía europea”, pasa ineludiblemente por el hecho de fomentar un tipo de patriotismo europeo fundado no sólo en la adhesión a unos valores éticos y jurídicos universales, como hasta ahora, sino también en símbolos y lazos políticos y culturales comunes capaces de poner las bases de un auténtico demos europeo: sólo la generación de vínculos afectivos y valores “cálidos” a nivel común puede dotar de sentido a esa ciudadanía europea que se pretende y hacerla apta para superar la adhesión prioritaria a las identidades nacionales y estatales y fomentar la solidaridad interna necesaria para contribuir al logro de objetivos comunes”.

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