El ciudadano europeo y el norteamericano

, de Aida Dos Santos

El ciudadano europeo y el norteamericano

Al estar el campo del derecho y las libertades en un continuo desarrollo, ser ciudadano no puede estar limitado a la posesión de derechos civiles, o de derechos políticos o de derechos sociales o fundamentales, los derechos van apareciendo conforme evolucionan las necesidades de los individuos, pero no en la misma medida ni velocidad.

Las necesidades, como parece lógico van varios pasos por delante de la elaboración y redacción de los derechos que amparan a la ciudadanía ante las nuevas incertidumbres. Al estudiar la ciudadanía y más concretamente como es alcanzada por los individuos, parece que se haya constituido un modelo. Hacemos pues, una pausa para comparar como se ha llegado a ser ciudadano en nuestra Unión Europea, y en los Estados Unidos de América. Se advierte un proceso en tres oleadas desde la independencia de las Colonias hasta la actualidad. Así, podemos observar una similitud imperiosa. Donde los Intelectuales norteamericanos veían la esclavitud a la que eran sometidos muchos de los individuos que poblaban el nuevo Estado, y entendían esa práctica como un atentado contra el principio de la libertad no, fue abolida hasta muchos años después, tras la Guerra de Secesión.

Debían encontrar la unión entre los abolicionistas y los esclavistas para construir una nación fuerte que fuera capaz de competir en el marco global y que sobre todo estuviera unida en la lucha contra la metrópolis.

Así ocurre – salvando las distancias – con los intelectuales europeos que defienden la libertad de circulación de los extracomunitarios que llegan a Europa con el objetivo de trabajar y que la cualidad de residentes en un Estado miembro debe garantizarles la movilidad dentro de la Unión. Se encuentran en lo que Martinello ha definido como el dilema europeo: elegir entre el ideal democrático y las prácticas discriminatorias con los extracomunitarios y con los que son percibidos como “menos europeos”. Como apunta de la Guardia, se ha seguido, en todos los procesos de consecución de la ciudadanía un prisma lokeano, es decir un modelo en el que el avance de algunos grupos en la obtención de derechos civiles y políticos significó un duro retroceso para otros.

Por encima podemos ver claros ejemplos de la situación de los Estados Unidos al hablar del sufragio universal al hombre europeo que vino de la mano del denominado “sendero de lágrimas” para los Cherokees. La abolición de la esclavitud por su parte significó un fuerte y duro castigo para las élites sureñas que a su vez manifestaron sus ideas con la creación de sociedades como la del Ku-Klux-Klan y la redacción y puesta en marcha de lo que denominaron la “Ley del Abuelo”. Por otra parte, la abolición de la esclavitud siempre ha sido la otra cara de la moneda en relación al sufragio femenino. De la Guardia indica que la consecución de cada elemento de la ciudadanía debe ir de la mano de un apoyo institucional, y es el caso de la creación de instituciones. La profesora nos muestra como la ciudadanía civil integrada por “los derechos necesarios para garantizar las libertades individuales” fue acompañada por el reforzamiento de los Tribunales de Justicia. La ciudadanía política por su parte fue definida como “el derecho a participar en el ejercicio del poder político, como miembro del cuerpo investido con autoridad política o como un elector de dicho cuerpo”, fue acompañada del nacimiento del Parlamento Moderno y de los Consejos de Gobierno. Y así, la ciudadanía social que se explica como “la distancia entre el derecho a un mínimo bienestar y seguridad económica hasta el derecho de compartir de forma plena el patrimonio social y a vivir como un ser civilizado de acuerdo con las pautas que prevalecen en la sociedad”, no puede tener ningún sentido si no va acompañada de un sistema educativo y de unos servicios sociales de calidad.

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