Sorprende la escasa consideración que se prestó en la prensa democrática española por su detención en Gaeta durante el mes de agosto de 1870. De igual modo es singular el débil eco de su muerte en marzo de 1872, que apenas suscitó artículos de fondo en la prensa española abstraida en aquellos dias por las inmediatas elecciones del 2 de abril. También Guy Thomson destaca que los progresistas y democrátas españoles, aunque mostraban un entusiasmo desbordante por el Risorgimento italiano, descartaban la influencia de Mazzini en la política española y sólo exaltaban a Garibaldi como un aventurero exótico, ardimentoso y romántico. Además, desde su muerte, los historiadores españoles se han mantenido generalmente en silencio sobre el patriota italiano, cumpliendo así el deseo del propio Mazzini de que su fama cayera en el olvido después de su fallecimiento. Sin embargo, desde la década de los veinte a los setenta, se produjo un ethos democrático común en sectores de la inteligencia y las clases medias y trabajadoras italiana y española que estribó en el interés hacia el internacionalismo democrático y el federalismo europeo; la desconfianza en la monarquía y la creencia en un futuro republicano; la crítica del individualismo y el materialismo; un marcado anticlericalismo y, finalmente, el gusto por la ópera italiana que en España llegó a ser un culto popular.
Desde luego, aunque Mazzini nunca visitó España, estuvo siempre interesado [1] y al día en los asuntos españoles, los cuales influyeron en su visión del estado futuro de Europa. De hecho, el agitador genovés denominó al levantamiento de Rafael de Riego del 1 de enero de 1820 como una revolución perfecta [2] y alababa a los españoles por haber conseguido liberarse de Napoleón a través de grupos guerrilleros unidos en una lucha patriótica.
Es más, gracias a su episolario sabemos que entre 1833-1837, se escribía con algunos exiliados italianos que luchaban en España contra los carlistas. En 1844, se encontró con Juan Prim y Lorenzo Milan Del Bosch, jovenes oficiales que más tarde liderarían la revolución de septiembre. Entre 1851 y 1856, estuvo en correspondencia con José Maria Orense. Conoció a Fernando Garrido en Londres después de 1851 y estuvieron en contacto entre 1862 y 1864. Y finalmente, en junio de 1868, coincidió con Emilio Castelar en Londres. En el único estudio detallado sobre las ideas de Mazzini en España, Giovanni Stiffoni ha explicado que su impacto entre los democrátas y republicanos espanoles fue mucho menor comparado [3] con el que tuvieron las ideas y los pensadores franceses y alemanes (Saint Simón, Lamennais, Fourier, Cabet, Proudhon, Hegel y Krause). Otra barrera la constituyó el generalizado rechazo que los republicanos espanoles sentían hacia el poder central, lo cual chocaba con la creencia de Mazzini en la necesidad de instituir repúblicas unitarias que sirvieran de contrapeso al regionalismo. Sin embargo, el creador de la Joven Europa y los democrátas españoles compartían el mismo lenguaje y el mismo imaginario político. De hecho, todos estos protagonistas absorbieron influencias ideológicas comunes, y sus agendas políticas estaban moldeadas por la lucha común contra el absolutismo borbónico y de los Habsburgo. A su vez, en España encontramos una serie de pequeños detalles inconexos, cuyos nombres hacen pensar no tanto a la mano de Mazzini cuanto a su sombra (peso de su prestigio). Pascual Sastre nos narra cómo en 1849 un núcleo republicano-socialista del recién fundado partido demócrata creó una sociedad secreta de carácter revolucionario, Los Hijos del Pueblo [4], en cuya cúspide se encontraba Fernando Garrido, y cuyo Gran Consejo estaba dividido en tres secciones de propaganda, una de las cuales era una sociedad pública de aparente carácter literario, llamada la Joven Espana. También, después de la revolución de 1854, se publicó en Madrid un folleto que llevaba por título precisamente la Joven España. Es interesante destacar que al ser los demócratas españoles predominantemente federales, hubiera sido de esperar que estuvieran en contactos con los federales italianos: Cattaneo, Ferrari, Montanelli o Pisacane. Y, en cambio, los conctactos y la resonancia de éstos fueron mínimos. Sin embargo, entonces, la personalidad romántica de Mazzini tenía más atractivo para Castelar, que consideraba a Mazzini un amigo, este fue contemporáneamente el patriota, el que lo dió todo por la independencia de su país y el símbolo del revolucionario por antonomasia. Sin embargo, según Castelar, Mazzini representó sobre todo el ejemplo del republicano. En él, veía al hombre que había renunciado a entrar en la Roma italiana porque no era republicana: que amaba mucho a su patria, pero todavía más a la idea de República. En cambio, para Garrido, socialista utópico, reformista y pequeño burgués, Mazzini simbolizaba sobre todo el pensador que finalmente concibió y se comprometió con una Europa de los pueblos. Garrido fue el primer español que extendió la idea de una federación europea de repúblicas, ofreciendo un proyecto que fundamentalmente partía del modelo mazziniano al respecto. Hay que subrayar, además, que sus ideas socialistas, no le separaron de Mazzini. Al contrario, en la tercera edición de su obra, el Socialismo y la Democracia ante sus adversarios incluyó como prólogo precisamente una carta que le había enviado el pensador italiano. Incluso Pi y Margall, traductor de Proudhon, partidario del socialismo democrático y libertario y personificación del federalismo español por exelencia, admiraba en Mazzini la fortaleza [5] de su alma, su pensamiento y su capacidad de arraigarlo en el pueblo y su coherencia. Sólo le reprochaba el miedo que había tenido al federalismo, temor que nada podía legitimar. Guy Thomson ha hipotizado que la acogida de las ideas de Mazzini en España estuvo muy influida por la concepción que cada uno de aquellos políticos españoles tenía de como debía constituirse España.
De hecho, como veremos en la segunda parte del artículo, entre los años cincuenta y sesenta, en España, la debilidad de la monarquía borbónica y la evidencia de la vacilante lealtad de las fuerzas armadas potenciarón el valor propagandístico de conspiraciones y levantamientos que una década antes no causaría tanta preocupación, ni levantaría tanto el ánimo de los radicales y republicanos.
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