El federalismo del odio

, de Radu Dumitrescu, Traducido por Lorène Weber

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El federalismo del odio
Foto original de Vince Wingate (CC BY-SA 2.0).

Si los redobles de tambor euroescépticos de Nigel Farage, Matteo Salvini, Viktor Orban, Marine Le Pen o Jarosław Kaczyński laten a ritmos específicos y adaptados a sus contextos nacionales, todos cantan el mismo coro: ¡extranjeros, fuera!

Mientras recuerdan la edad de oro (tiempos sobradamente fantasiosos) de sus países, los populistas de Europa excluyen a multitudes de personas que no marcan todas sus casillas – porque no son cristianos, porque no son blancos, porque no hablan la lengua nacional adecuadamente, porque su cultura y sus valores no corresponden a las del país, etc. Al crear este “otro” indeseable y que debe ser expulsado, los populistas de Europa crean e incrementan al mismo tiempo una identidad paneuropea de los que no son este “otro”.

Identidades y oposiciones

Las naciones siempre se han construido mediante la oposición. Los griegos antiguos consideraban a los no griegos como bárbaros, y sobre todo a los persas. Los romanos pensaban la misma cosa de los cartagineses y de los galos, los franceses tenían a los ingleses y los ingleses tenían a los franceses, los rusos tenían a los suecos y los polacos, los pueblos balcánicos tenían a los otomanos (aunque se odian también entre ellos), los americanos tenían a los indios y los afro-americanos, los alemanes tenían a los franceses y los judíos, los rumanos tenían a los húngaros, los checos tenían a los eslovacos, y los italianos tenían a los italianos del sur. En todos los casos, construir “el otro” era necesario. Este otro debería tener características específicas, que podían después ser exageradas y alteradas con el paso del tiempo para responder a una cierta necesidad. Tenían que comportarse de una cierta manera, tener ciertas metas y entonces ser fácilmente identificables. “El otro” era, en cierto modo, diferente y corrupto, mientras que la pertenencia a la nación era caracterizada por la ausencia de esta diferencia, por la pureza y la ausencia de esta diferencia. Eres alemán, los nazis habrían dicho, aunque eres pobre o sin instrucción, porque no tienes los características inferiores de las otras naciones. Es por esto que nosotros (y solo nosotros) vemos claramente tus méritos.

Describir un retrato del “otro” significa, por lo tanto, construir su propia identidad, a través la oposición. Mientras se vanagloria de defender la Europa cristiana de las hordas de refugiados musulmanes, Viktor Orban crea una identidad europea: una identidad cristiana y, probablemente, blanca. Del mismo modo, cuando rechazan el reparto de los refugiados y migrantes entre los países europeos, los populistas de Europa afirman argumentos que destacan el hecho de que esta gente no es europea, que no puede ser integrada a la comunidad, y que su presencia sería perturbadora.

Por tanto, por la oposición, podemos deducir lo que ser europeo significa en la mente de los populistas. Parece que Orban no tiene argumentos contra los polacos, los rumanos, los checos, los franceses o los italianos que se mudan a Hungría, porque son blancos, cristianos, más familiares que los sirios y con una cultura similar. De la misma manera, Marine Le Pen no arremete contra los inmigrantes originarios de otros países de la UE, pero de los que vienen “de fuera”. Cuando los populistas atacan un grupo de personas, el hecho de que no arremetan contra otros grupos es muy importante para entender su lógica.

Crear una Europa del este

Esto representa un cambio drástico en el discurso nacionalista en Europa, un continente que conoció siglos de luchas entre comunidades, fes y naciones, luchas que fueron todas provocadas por la menor diferencia. Actualmente, la extrema derecha en Alemania no vocifera contra los judíos o los eslavos, pero contra los árabes y los turcos. Mientras permanece condenable y moralmente reprensible, este desplazamiento es de una importancia crucial.

Ironía de la historia, la Europa del este fue la primera en estar considerada como la otra por la región con los éxitos económicos y militares más importantes de la historia reciente – la Europa occidental. Similares aunque manifiestamente diferentes, el este y el oeste del Viejo Continente no eran tan diferentes entre los siglos X y XVI. Praga, Viena (la traducción literal de Österreich (Austria, en alemán) es ‘Imperio del este’), Cracovia y Vilna participaron en el Renacimiento, la Reforma y la revolución científica. Sin embargo, mientras que el oeste se concentraba sobre sus territorios de ultramar y la industrialización, el este estaba sumergido en la sangre de la guerra, a través conflictos como las guerras otomanas, la guerra de los Treinta Años o la guerra nórdica.

En un libro de 1994, Inventing Eastern Europe: The Map of Civilization on the Mind of the Enlightenment (“Inventar la Europa del Este: la mapa de la civilización en el espíritu de la Ilustración”), Larry Wolff muestra como la Europa occidental “inventó la Europa del Este en el siglo XVIII, en la era del Renacimiento, como su otra mitad complementaria”. El Viejo Continente, por mucho tiempo diviso entre el norte y el sur, adquirió una separación este-oeste durante la Ilustración. La importancia de Roma disminuía, mientras que la de Paris, Londres y Ámsterdam subía. Voltaire y Montesquieu, dos de los filósofos franceses más renombrados de la Ilustración, escribieron sobre la libertad europea y el despotismo asiático, con la Europa del este como espacio cultural intermedio.

Hoy, las diferencias del pasado son ocultadas, incluso por los grupos y los políticos más xenófobos de Europa. Este “otro” que era el polaco, el rumano, el francés o el italiano se parece más a mí que este nuevo “otro” que es el sirio, el etíope, el afgano o el eritreo.

Los populistas de Europa difunden siempre el odio, pero su objetivo ha cambiado, y ahora, se puede observar fácilmente la amistad que se ha forjado entre la Lega italiana, el Fidesz húngaro y el partido Ley y justicia polaco. Odian a las mismas personas.

Forman la federación del odio.

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