Hace unos meses realizaba un trabajo de investigación sobre la propuesta de reglamento del Parlamento Europeo y el Consejo sobre una normativa común de compraventa europea. No parece algo demasiado lírico, pero precisamente para compensar lo prosaico del tema con la introducción elaboré mi trabajo buscando alguna frase que pudiera definir el proceso de integración europea. Entonces encontré la siguiente cita del magistrado constitucional José Luis de los Mozos: “la idea que ha acompañado durante los últimos 1000 años a la historia europea es la restauración del Imperio Romano de Occidente.” Pensándolo bien, tras este EYE 2016 quizá debería haber tirado del repertorio de lugares comunes del europeísmo, no por poca oportunidad de la anterior cita, sino porque posiblemente no haya nada que defina mejor el proceso de integración europea que la Declaración Schuman, cuya conmemoración anual tuvo lugar el 9 de mayo con el Día de Europa.
Schuman ( o su jefe de gabinete) tenía razón. Europa, o la Unión Europea, sólo puede hacerse “de a pocos”, como decimos en España. La integración es un proceso largo, porque no es fácil crear lo que en la Declaración se denomina “solidaridad de hecho”, pero lo cierto es que pese a nuestras idas y venidas, pese a nuestros errores, e incluso pese al peligro que corre hoy el proyecto europeo, y que fue tristemente representado en el hemiciclo del Parlamento Europeo por las juventudes del Frente Nacional, cada día estamos más cerca de una Unión Europea federal.
El proyecto camina ad futurum, y lo hace de mano de muchas iniciativas, y aunque sin desdeñar la Política Agraria Común, los Fondos FEDER, los de Cohesión, el Fondo Económico y Social, o la Garantía Juvenil Europea, puede que no haya mejor puente entre culturas que las becas Erasmus, en tanto los y las jóvenes que participan en esos programas de movilidad crean lazos perennes con su lugar de destino. No hay persona con mayor sentimiento de lo que significa la ciudadanía europea que alguien que haya pasado por el Erasmus.
Pero no es el Erasmus en sí mismo, sino esa idea de ausencia de fronteras, y de ponerte en contacto con personas de cualquier otro país, comprobando en la piel de uno mismo que el denominado clash of cultures está plenamente superado por las vivencias y experiencias personales, muy similares con independencia del país del que se proviene.
Yo mismo, tras haber despertado ayer con unas ojeras de aquí a Bochum, un cansancio de piernas como si hubiera ido caminando hasta Atenas, y una tremenda nostalgia, pienso en los 4 días que he pasado en Estrasburgo, y aunque echar de menos forma parte de quien tiene memoria, no dejo de pensar en lo mucho que esta experiencia me ha aportado y en lo que la puedo aprovechar para seguir construyendo mi ser en los tiempos que vengan. No dejo de pensar tampoco en lo bonito, en lo que es compartir ideas y conversaciones con gente que vive a miles de kilómetros de ti, el destrozar estereotipos ligados a nacionalidades, y sobretodo compartir causas: la idea por una Europa federal, la ensoñación rawlsiana de la justicia social, o el fuerte humanismo de quienes creemos en la libertad de los pueblos y luchamos por un Sáhara Occidental plenamente descolonizado que pueda expresarse en libertad sobre su futuro. Eso me lo han dado Estrasburgo, el CJE, el European Youth Event, y en definitiva la Unión Europea.
Por todo esto, saco una conclusión con la que difiero con todo el respeto del mundo hacia el magistrado de los Mozos, si hay algo que impregne el sueño europeo no es ya el pasado, no es el haber compartido sistemas políticos romanistas o el evitar una guerra, es la idea de que la nacionalidad no constituya en ningún caso factor de diferenciación en materia de derechos y libertades, si comparten algo los europeístas de mi generación es precisamente eso, el futuro, y eso es lo que representa el EYE.
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