En Francia, Alemania y Polonia los políticos conservadores y partidos nacionalistas de extrema derecha ya empezaron a criminalizar a los más de 800 mil inmigrantes y solicitantes de refugios que entraron en la Unión Europea (UE) solamente en este año 2015. En entrevistas durante todo el fin de semana, afirmaban que los soldados de la yihad islámica podrían haberse infiltrado en medio de los peregrinos para alcanzar los países ricos del norte europeo y allí realizar ataques.
Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (partido francés de extrema derecha) dijo “que Francia debería abandonar inmediatamente el Tratado de Schengen”, que mantiene las fronteras abiertas entre los 26 países de la UE. Markus Söder, líder del ala dura del partido alemán Unión Demócrata Cristiana, escribió en su cuenta de Twitter que “los ataques cambian todo y nosotros [Alemania] no podemos permitir más cualquier tipo de inmigración ilegal y descontrolada en nuestro territorio”. En Polonia, un país que se ha vuelto más reaccionario, el líder del partido ultraconservador Ley y Justicia (que llegó al poder despees de las elecciones de octubre), Konrad Szymanski, dijo que a “Europa necesita revistar profundamente la política de acogida de refugiado”. Anunció, además, que el país no acogerá a las nuevas personas que soliciten asilo.
Una vez más los países de Occidente no reconocen su culpa en el proceso de formación de extremistas. Muchos de los perpetradores de los ataques son hijos de inmigrantes de países árabes que se establecieron en Europa para recomenzar su vida. Es decir, son ciudadanos europeos. El problema es que hace varias décadas el mundo musulmán es rechazado por Occidente y es apuntado como una amenaza a los valores cristianos, a la democracia y a la libertad. Este Occidente cree en la narrativa del “choque de civilizaciones”, en la cual estos dos grupos no pueden coexistir. Y cuando se reparten un mismo espacio, lo hacen por medio de un apartheid oculto.
Francia es el país de la UE con la mayor población musulmana. Son más de 6 millones de personas viviendo, en su mayoría, concentrada en ghettos alejados de los centros urbanos. Son individuos que, para integrarse en la sociedad francesa y a su conjunto de valores, tuvieron que adaptarse a una asimilación forzada de costumbres, como la prohibición del uso del velo para las mujeres em lugares públicos. La paz social entre el grupo mayoritario (la sociedad francesa) y los extranjeros nunca ha sido consolidada.
Análisis y reportajes de intelectuales y periodistas especializados en el tema, como Noam Chomsky y Patrick Cockburn (autor del mejor libro sobre el surgimiento del EI), enseñan que los jóvenes musulmanes que viven en Europa y Estados Unidos, al sufrir humillaciones diarias en una sociedad que ellos consideran de valores decadentes, encuentran en el yihadismo islámico una manera de dar sentido a su vida. La mayor fuerza del EI no está en las armas, sino en la capacidad de seducción de su discurso, capaz de atraer cada vez más mentes para la causa extremista: simplemente, acabar con el Occidente y ampliar los dominios de su califato.
Matar civiles indefensos en nombre de una guerra santa es una idea delirante y abominable. Pero el fanatismo (o sea, la ideología islámica que está detrás de las atrocidades del EI) no se combate con bombas. Mientras sigamos cerrando los ojos para las injusticias contra los musulmanes, más razones tendrán los fanáticos para odiar sus enemigos y planear otros atentados. La guerra en Siria se desarrolla desde hace cuatro años y ninguna de las potencias mundiales ha tomado medidas para acabar con el conflicto y el sufrimiento de la población local (a no ser, es cierto, financiando a los diferentes grupos que se disputan al poder allí). La crisis de refugiados y la expansión del terrorismo en todo el mundo son los efectos más emblemáticos de este letargo.
La posibilidad (cada vez menor, de acuerdo con las investigaciones) de que uno de los terroristas responsables por los ataques en París sea dueño del pasaporte de un sìrio que ha entrado como refugiado en Europa, tampoco debe servir de pretexto para el surgimiento de discursos de odio contra los solicitantes de asilo. De acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), no existe ninguna prueba de que los terroristas hayan llegado infiltrados en medio de la muchedumbre de personas. En este momento, es importante que la racionalidad prevalezca sobre posibles sentimientos de revanchismo, y la prensa y las instituciones políticas europeas deben actuar para impedir una indignación generalizada de la opinión publica.
Hombres, mujeres y muchos niños están dejando todo atrás y arriesgan sus vidas por mar y por tierra para buscar una vida mejor en Europa. Es inconcebible e inhumano pensar que estas familias son una amenaza a la seguridad del bloque europeo. Cerrar fronteras no impedirá su llegada, sino que volverá su viaje más peligroso.
No culpen a los refugiados por los atentados de París. En sus países de origen, ellos son víctimas de persecuciones políticas, sociales, culturales. Muchos de los que llegan a Europa son supervivientes de genocidios perpetrados por milicias armadas. Ellos son tan víctimas del terrorismo como los ciudadanos europeos, blancos y cristianos. Y vienen en paz, para sumar, para contribuir con el desarrollo y el bienestar del país que les acoja.
Europa vive un momento clave de su historia como un bloque económico y político, en el cual tendrá que mostrar si hará valer los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, principios fundamentales de las bases de la democracia moderna surgidas en el siglo XVIII. O, si por el contrario, dejará en la historia la marca de un continente “feudalizado”, encerrado en sus proprios intereses y con una pequeña población de privilegiados ajena a los problemas del mundo.
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