Pero hay poco espacio para bromas. La de Schengen es una campana especial, porque si se pone en discusión la libre circulación de las personas y se restauran las fronteras interna,s no es sólo un acuerdo entre Estados lo que perdemos, sino el mismo sentido del proyecto europeo, como muchos no han dejado de observar en estas últimas horas. Deberíamos considerar Schengen la última trinchera, el último reducto en que el europeísmo puede todavía esperar resistir al reflujo de los soberanismos nacionales. Caído este, la caja de Pandora del nacionalismo será destapada otra vez, y la mala conciencia de quién hoy gobierna los destinos de los europeos no tendrá más escondites.
Por desgracia no nos referimos a una hipótesis sino de un hecho. Las fronteras se están cerrando. Un dolorido tweet de Fabrizio Barca nos ha dado el buenos días, esta mañana, lamentando con amargura encontrarse en una cola en la frontera francesa para el control de permisos. Esta amargura la compartimos todos los comprendemos la conquista que ha representado – no sólo para los europeos – la abolición de las fronteras en el continente más belicoso de la historia.
No hace falta ser un lince para ver como la restauración de las fronteras intraeueorpeas es la respuesta más genuinamente estúpida que se pueda dar a la emergencia inmigratoria. No había un sistema más eficaz que la historia pudiese idear para poner bajo estrés el sistema Europeo. Como otras emergencias globales, e incluso más, la de la inmigración de masas está hecha para frustrar al instante cualquier veleidad de autonomía nacional, a no ser que se decida tirar por la borda el proyecto de integración europeo con todos sus logros. Son los tres metros de cuerda del proverbio echados a la Unión para descubrir si será lo bastante estúpida de usarlos para ahorcarse.
La elección está en mano de los gobiernos. Hay una alternativa y puede ser escogida desde ahora: la puesta en común de recursos para dotar a la Unión de fronteras externas y controlarlas – y la reforma institucional necesaria para hacerlo posible quitando la camisa de fuerza del Tratado de Lisboa y consintiendo a la Eurozona dotarse de un gobierno federal, con su presupuesto y su política exterior. Porque – no se dejará nunca de repetirlo – no hay “solución” a la emergencia de inmigrantes que no pase por una estrategia de cooperación con sus países de origen. Y no hay cooperación posible si a un lado de la mesa no se sienta un gobierno único europeo.
La otra opción, el desmembramiento del acquis communitaire a que ya estamos asistiendo, no representa ni siquiera un intento de solución, sino un espejo más en que los gobiernos nacionales podrían encontrar para ver reflejada su propia impotencia. No hay en esto ni cálculo ni maldad: solo torpeza y falta de visión. De hecho hay la falta de una política – es decir de una política europea.
Quién pagará esta miopía seréis vosotros, queridos jóvenes de la generación Erasmus. Esa cola a la frontera francesa con los papeles en la mano es la trampa en que la estupidez de una generación – la actual clase dirigente europea – está encerrando vuestro futuro. Y yo creo que ha llegado a vosotros la hora de hacer que os escuchen. Cuando alguien quiere encerraros en una prisión sin antes someteros a un juicio regular no se trata de justicia sino de abuso, y a los abusos está lícito rebelarse. Desde las prisiones los inocentes tienen que huir. Por eso me siento en ánimo de invitaros a organizar una gran evasión en masa. Como organizarla está en vosotros decidirlo. Pero que sea el modo más clamoroso posible. Que sea el modo en que una generación entera afirme su propio derecho al futuro diciendo al mundo, en los términos más explícitos posibles, que el viejo emperador no tiene ropa, y si no cambia política será depuesto.
Queridos Erasmus, ¡haced algo! Bajad a las plazas, sin banderas que no sean las europeas. Poneos en cola delante la frontera francesa, alemana o austríaca sin papeles, dejad que os detengan y os fichen: ya los jóvenes federalistas lo hacían en los años Setenta, cuando Schengen era sólo un auspicio y una esperanza incierta. Formad una cola interminable de jóvenes europeos intencionados a no dejarse rechazar. No se puede detener una generación entera. Europa es vuestra, nadie más que vosotros tiene este derecho. Tomadla, y descubrid que nadie osará deteneros.
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