Victor Hugo (Besanzon, 1802), es un escritor de reconocimiento mundial, sus novelas siguen conmoviendo a millones de lectores. ¿Quién no ha escuchado en su infancia la historia adaptada de Nuestra Señora de París? ¿Quién no ha oído hablar de Los Miserables? ¿Quién no se ha estremecido al leer El último día de un condenado a muerte? Y un largo etcétera podría continuar a esta insignificante lista. Victor Hugo vivió durante uno de los siglos más tumultuosos de la sangrienta historia europea. Sus primeros años fueron marcados por la consolidación del primer imperio francés, con el recuerdo de la inestabilidad revolucionaria aun patente en la sociedad gala, fue criado en los valores conservadores y monárquicos. Decisivo impacto para su obra tendrá su viaje a España (su padre fue general durante la guerra peninsular), siendo aún un niño, fue testigo de los horrores de la guerra, en Burgos presenciaría la ejecución pública de dos guerrilleros, acto que le dejara mella y que inspirara buena parte de El último día de un condenado a muerte. Al leer Los Miserables, es común que enlacemos a Victor Hugo con un hombre de izquierdas, un socialista preocupado por las condiciones infames de lasclases obreras y con una profunda admiración por los revolucionarios que protagonizan su novela. Lo cierto es que no fue así. Recibió una educación conservadora, y acorde con ella actuó políticamente. Apoyó la restauración Borbónica, aunque las políticas de Carlos X le hacen distanciarse de la línea general al final del reinado de este, de hecho, cuando estalla la tercera oleada revolucionaria en 1848, Hugo es par de Francia y toma partido por la dinastía Orleans, negándose a desempeñar el papel de ministro de educación propuesto por Lamartine en el seno de la segunda república francesa. Hugo dirigirá personalmente el asalto a las barricadas parisinas durante la revolución de febrero del 48. Se afilió al partido del orden (de corte conservador), apoyando más tarde el decreto del 9 de agosto y posteriormente la candidatura de Luis Napoleón Bonaparte. Sin embargo, Hugo se distanciará progresivamente del Bonapartismo oponiéndose a varias de sus leyes y teniéndose que exiliar con la proclamación del II imperio, tras haber hecho un llamamiento a la resistencia armada. Es el inicio de su época más reformista, si bien es cierto que nunca llegará a congeniar con la izquierda. Prueba de ello es la insurrección de la Comuna, con la que no simpatiza, aunque también se opone a la represión ejercida por Thiers y su gobierno. En definitiva, podríamos decir que Victor Hugo abandonó progresivamente de la derecha sin llegar al entendimiento con la izquierda. No debemos de emplear el prejucio e increpar a Hugo su colaboración con el Antiguo Régimen. Pues defendió como pocos el sufragio universal, los derechos de la mujer, la erradicación de la pobreza, la justicia social, la derogación de la condena a muerte… Sus ideas son más liberales que las de algunos políticos coetáneos considerados de izquierda. Aunque resulta interesante conocer su curiosa carrera política no es esto lo representativo de su vida, si algo debemos decir sobre él es hablar de su excelente obra literaria, su lucha por los derechos y desde mi punto de vista es crucial interesante y justo ensalzar la siguiente cualidad de este titán de las letras francesas. Victor Hugo fue un convencido europeísta, no es el padre de la ideología, pero desde luego es uno de sus abanderados cumbre, como así lo demuestra el discurso que pronunció en el congreso de paz celebrado en París en 1849:
“¡Un día vendrá en el que las armas se os caigan de los brazos, a vosotros también! Un día vendrá en el que la guerra parecerá también absurda y será también imposible entre París y Londres, entre San Petersburgo y Berlín, entre Viena y Turín, como es imposible y parece absurda hoy entre Ruan y Amiens, entre Boston y Filadelfia. Un día vendrá en el que vosotras, Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea, exactamente como Normandía, Bretaña, Borgoña, Lorena, Alsacia, todas nuestras provincias, se funden en Francia. Un día vendrá en el que no habrá más campos de batalla que los mercados que se abran al comercio y los espíritus que se abran a las ideas. - Un día vendrá en el que las balas y las bombas serán reemplazadas por los votos, por el sufragio universal de los pueblos, por el venerable arbitraje de un gran senado soberano que será en Europa lo que el parlamento en Inglaterra, lo que la dieta en Alemania, ¡lo que la Asamblea Legislativa en Francia! Un día vendrá en el que se mostrará un cañón en los museos como ahora se muestra un instrumento de tortura, ¡asombrándonos de que eso haya existido! Un día vendrá en el que veremos estos dos grupos inmensos, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa Situados en frente uno de otro, tendiéndose la mano sobre los mares, intercambiando sus productos, su comercio, su industria, sus artes, sus genios, limpiando el planeta, colonizando los desiertos, mejorando la creación bajo la mirada del Creador, y combinando juntos, para lograr el bienestar de todos, estas dos fuerzas infinitas, la fraternidad de los hombres y el poder de Dios. Y franceses, ingleses, belgas, íberos, rusos, eslavos, europeos, ¿qué debemos hacer para llegar antes a aquel gran día? Amarnos."
Son palabras cargadas de belleza e ideas interesantísimas. La bella singularidad de cada estado en el seno de una fraternal unión, regida por una cámara europea elegida mediante sufragio universal por todos y cada uno de los europeos. La paz, la unión y la democracia. Consignas que en 1849 parecían ciencia ficción. “todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea” Tal alegato pronunciado en una Europa temerosa del progreso, con un rencor creciente y deseosa de venganza, fue algo extraordinario, rompedor y revolucionario. El discurso fue aplaudido, pero sobretodo fue motivo de risas. Lo tacharon de loco, y pocos de visionario. La utopía de los estados unidos de Europa había sido adoptada con gran ilusión por Víctor Hugo y la defendió con ahínco. Sus palabras no crearon la necesaria conciencia que Europa necesitaba, pero prevalecieron, y hoy nos recuerdan que nuestro objetivo no ha sido alcanzado y que el camino, pese a ser largo, es posible. Uno de los mayores intelectuales del XIX soñaba con una Europa en fraternal unión, democrática y pacifista. ¿Y nosotros? ¿Seguiremos soñando? Como pensaba el propio Víctor Hugo, lo que conduce al nuevo mundo son las ideas, puesto que es fácil vencer, lo difícil es convencer. Actuemos pues, en consecuencia, y dejemos de soñar, hagamos uso de las palabras, cooperemos más allá de las fronteras, creemos conciencia europea e impingamos la fraternidad,paz, libertad y democracia que Europa, unida, pide a gritos. ¿Seremos capaces de culminar el proyecto soñado por Hugo? ¿O como si fuesemos Marius Pontmercy estamos condenados a ver resquebrajarse nuestro sueño, nuestro futuro? Eso, solo depende de nosotros.
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